Hoy me ha tocado ser el vigía de un barco pirata.
Mientras mi capitán y mis camaradas duermen plácidamente, yo trabajo.
No me quejo, me encanta ser vigía. Las estrellas y la luna llena son las únicas que iluminan nuestro camino oscuro en medio de un mar sin rumbo. Es todo lo que necesito en este trabajo. Tal vez por eso me eligen muy a menudo como vigía, porque puedo ver un barco a un cuarto de milla de distancia sin catalejo e identificar de inmediato si es aliado o enemigo.
Unas botellas de ron y una cajetilla de cigarrillos me acompañan en este solitario puesto.
Siento que floto. Debe ser la sensación de estar en el canasto del palo mayor, despegado a varios metros de la cubierta... O tal vez es que he bebido más de la cuenta.
¿Cómo terminé en este lugar? Cada vez que miro al cielo estrellado, esa pregunta me atormenta. Atrás quedaron los días de ser un capitán de marina, para volver a lo que siempre fui, un sucio, vil y asqueroso pirata. Así es, en todos mis años de experiencia como marinero, he estado en ambos bandos: como criminal, luego como justiciero, y al final regresando a la vida criminal. Acaricio la empuñadura de mi fiel espada, la que siempre llevo sujeta a mi cintura, y que de igual forma ha ajusticiado a criminales como ha combatido contra ejércitos enteros de marinos. Y no tengo ningún remordimiento.
No negaré que extraño el uniforme, el reconocimiento del pueblo y el orgullo de enviar a cientos de criminales ante la justicia.
Y sobre todo, a Catherine... Oh, querida Catherine, me duele mucho que hayas tenido que enterarte así de mi sucio pasado. Lamento no ser el hombre que esperabas. Tal vez es mejor así. Sé que encontrarás a alguien recto, justo y que no tenga que huir de la ley. Sé que ese hombre no soy yo y me duele, porque sé que, incluso si te lo pudiera explicar toda la noche, jamás comprenderías el por qué regresé a este camino, lleno de peligros e incertidumbre, lleno de riquezas y a la vez de desgracias. Sé feliz y no te preocupes por mí. Lo único que llevo de ti es tu nombre y tu rostro en mi pecho, el cual me acompaña en cada viaje y aventura, esperando que seas mi protectora incluso si nunca más me vuelves a ver.
Pero... Es que aquí fui aceptado, al igual que el resto de los inadaptados y raros a quienes llamo camaradas. Son como mi familia. Perseguirlos para enviarlos a prisión sería darle la espalda al hombre que me salvó la vida. ¿Qué clase de ser despreciable y rastrero sería si entregara a mis amigos ante la justicia? Mi conciencia no me permitiría vivir si entregara a mis camaradas ante la ley solo por un puñado de oro o la comodidad de un cargo militar.
La vida de pirata no es fácil. Todo el día estoy bajo el ardiente sol. El verano es agotador. Ni siquiera ahora que es de noche, la brisa refresca mi cuerpo. Para soportar el calor, tuve que arrancarle las mangas a mi camisa blanca favorita que, por cierto, ha dejado atrás esa blancura. Hace tres días que mi piel no toca el jabón, ya ni siquiera soporto mi propio hedor ni el de mis camaradas. Es un tema tabú entre la tripulación, estamos conscientes de ello, pero preferimos hacer como que nada pasa, aunque es bastante notorio.
Tomo el crucifijo que cuelga de mi cuello y miro de nuevo al cielo estrellado. No sé si el Señor escucha mis oraciones, pero todas las noches le pido que guarde a mis amigos y a mí y que nunca nos desampare. Sé que, por nuestra vida criminal, lo que nos aguarda en la otra vida será el infierno, y por eso, hacemos de cada cena un banquete paradisíaco.
¿Vida criminal? Carajo, jamás hemos asesinado, secuestrado o torturado a nadie. Nuestro único crimen es la libertad, el poder navegar por donde queremos y cuando queremos. ¿Acaso el precio a pagar por nuestra libertad del mundo es ser perseguidos como viles ratas?
¿Pero qué es la libertad? Mi madre decía que la libertad es poder elegir el camino a seguir y nunca arrepentirse a pesar de lo pesado que fuera. Nunca comprendí del todo la profundidad de ese concepto, hasta el día en que tuve que hacer la elección más difícil que he tenido hasta ahora: echar por la borda todo lo que había construido por volver a experimentar esa libertad.
¿Que fue una decisión difícil? No digo que no. ¿Que voy a ser para el mundo un traidor y un corrupto por mi deserción? Definitivamente.
Pero nunca había experimentado tal felicidad en mi vida. Esa felicidad de mis camaradas, tan contagiosa que incluso me hizo dudar entre lo hacer lo correcto o compartir su felicidad y su libertad. Y es que, si me dieran a elegir, volvería a tomar este camino, a pesar de los riesgos y la incertidumbre. Las aventuras, los peligros, las peleas y, sobre todo, los tesoros. ¿Cómo podría cambiar todo eso por un puesto aburrido en altamar? No es que haya deseado esta vida, pero no me quejo, a pesar del riesgo.
Le doy otro trago a mi botella de ron. Definitivamente, como soldado naval no podría beber tanto como lo he hecho el día de hoy.
Solo por eso amo ser vigía de un barco pirata.